sábado, 25 de enero de 2014

Angels Lie To Keep [CONTROL] II

II Parte de Angels Lie To Keep [CONTROL]. Ésta me gusta casi más que la anterior. Misma canción de BSO, mismos sentimientos, misma fecha.


Esparció todas los escritos a su alrededor. Hallaba se sentada en medio de la habitación, rodeada de folios, desordenadamente ordenados. Comenzó a releerlos con un vaso de whisky como único compañero. Apenas si lograba entender su propia caligrafía.

Sabía qué pasaría aquella noche.
Antes debía dejar todos los cabos atados, encontrar aquella carta que hace tiempo escribiera… Habían pasado tantas cosas desde entonces… Decidió no darle más vueltas al asunto, acabar cuanto antes.

La encontró. Leyéndola de nuevo, comprendió que todo tenía sentido, hacía lo correcto.
Todo era tan diferente… Pese a seguir habiendo el mismo sentimiento de por medio.
Por mucho que le pesase, lo amaba. Le horrorizaba la idea de herirle cuando él se diese cuenta de… Por eso era necesario ser rápida.

Cuidadosamente la dejó en la destartalada mesa junto a las rosas casi marchitas que destilaban aquel profundo olor… Sin duda era el perfume de la decadencia, de la muerte. Que apropiado, pensó.

Se acercó hasta el espejo, pisando los papeles que poblaban el suelo.
Miró detenidamente su reflejo. Aquella cicatriz, maldita sea. Detuvo su mirada durante unos instantes sobre ella. Instintivamente, echo se la mano al hombro para taparla. El mero hecho de recordar hacía que le ardiese como si reviviera una y otra vez el momento en que la bala atravesó su piel, dejándola marcada para siempre.
No puedo controlarse, la rabia invadió cada milímetro de su ser. Antes de darse cuenta, tenía el puño calvado entre cristales que saltaban y caían a su derredor, repiqueteando armoniosamente. Las gotas de sangre no tardaron en aparecer, dando color a los escritos que cubrían la habitación.

Quedó así un rato, con el puño cerrado apoyada sobre él en lo que quedaba de espejo, escuchando como las pequeñas gotitas caían. Que melodía tan dulce.


Incorporándose lentamente se dirigió al baño. Odiaba la luz electrizante de la única lámpara que había en este, por lo que decidió sacarle partido a las velas que tenía guardadas por algún sitio.
Encendió las una a una. Olían a vainilla, le recordaba a esos pasteles caseros que solían hacer al principio de mudarse a vivir juntos. Cuánto los había extrañado. Cuánto le había extrañado a él en esos últimos meses; cuando más lo necesitó, tomó la decisión de huir. No podía reprochárselo.

Volviendo a la habitación principal, tomó entre sus manos el trozo más grande de cristal que pudo encontrar. Quería que la última cosa que la había reflejado tal y como era ahora acabase con lo que quedaba de real en su persona.

Echó el cerrojo de la puerta principal, no tenía la esperanza de que él llegase a tiempo, pero tomó la precaución.
Entornó la del baño. Sentándose en un rincón, asió con más fuerza la afilada arma, rasgándose los dedos. El dolor reconfortaba.
Sin dudarlo un segundo, dibujó un camino que unía el principio de su antebrazo izquierdo hasta la palma de su mano. Pronto el camino convirtió se en un pequeño río con una profundidad exacta que no tardó en desbordarse.

A lo lejos creyó escuchar como golpeaban con cada vez más ímpetu. Sonó un crujido de madera y un portazo. Cesaron los golpes.

Los cristales se quejaron debajo de los pies de quien los pisaba. Estos avanzaban despacio.

Con no poco esfuerzo ella consiguió tirar del maldito enchufe de la maldita lámpara en el momento exacto, resbalándosele la mano por la pared, dejando una huella imborrable.

Lo vio aparecer. Era él, ¿cómo podía ser él? La única vez que le dijo que no acudiera en su ayuda, lo había hecho. Era increíble. No pudo hacer más que mirarle y sonreír.

“Has venido…” Le susurró “Te dije que no lo hicieras, no quiero que me recuerdes así…”

Entonces, por primera vez, notó una mirada de auténtica preocupación en la cara del chico. Él corrió hasta donde ella se hallaba. Tomo la entre sus brazos, besándola en la mejilla mientras le decía algo parecido a “No te preocupes cariño, todo se arreglará, te vas a poner bien, no te vayas por favor…” la chica no consiguió entender demasiado bien sus palabras, le temblaba demasiado la voz.

Quería tranquilizarlo, mas no sabía cómo. En un último esfuerzo, volvió a alzar la mano dañada, casi inerte, para rozarle la cara a su compañero, manchándola de un rojo carmesí que en ese momento le pareció el color más bonito del mundo. Acercándose un poco a su oído, le contestó con una voz lo más dulce y suave que pudo… ““No hay nada que arreglar ya… Nada que me haga estar bien… Nada que me retenga aquí un solo minuto más… No intentes salvarme, pues esta vez no podrás pequeño”
No aguantó más. Sus dedos se escurrieron de la tez del muchacho, yendo a parar con un ruido sordo otra vez la extremidad chorreante de aquel fluido vital al suelo.

De repente, él acercó sus labios a los suyos, dándole un último y profundo beso.

“Te quiero” esta vez sonaba como si hubiera comprendido que era el final.
Ella sonrió aún más si cabe. Él lo había entendido “Yo también”

Más en paz de lo que había estado en meses, consiguió abandonarse. Dejó de luchar, de sufrir, de recordar…

Su último pensamiento lo dedicó a la carta que se hallaba sobre la mesa, y a su contenido.


El ángel alzó el vuelo.


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